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Colombia: un país de gente triste que escucha música alegre.

Publicado: 2014-06-23

Por: Camilo Peláez.

Si se quiere sentir como un colombiano feliz sólo tiene que sentarse, ponerse cómodo y encender el televisor. ¡No! Aguántese hasta el segmento deportivo y de entretenimiento. ¿Para qué disgustarse con los robos, la intolerancia, el mal gobierno y un pueblo conformista? ¡Bravo! Ha podido resistir esa media hora tan incómoda para ver con ganas los deportes. No se abstenga y sonría frente a la imagen del presentador deportivo que anuncia el triunfo de la selección colombiana de fútbol; ellos son unos muchachos guerreros que sacan la cara por su país, mientras nosotros nos emborrachamos, salimos como locos en carros y motos a tirar maicena y  atravesarnos al primer sujeto que nos interrumpa la celebración. Le pido el favor, no se angustie...

Semanas antes, ése mismo presentador anunció un triunfo histórico -no sólo para nuestro país, sino para el continente latinoamericano-. Dos colombianos habían conquistado las montañas italianas, a fuerza de empuje y amor por su patria (No se desespere, ya regresaremos con el fútbol.) Y mientras ellos hacían historia en territorio itálico, otro colombiano entraba a la casa de uno de los ciclistas y le robaba sus propiedades. No se avergüence por no saber ésta noticia, es que la transmitieron en la media hora harta, a la que recientemente usted sobrevivió. 

Regresamos al fútbol. Abra bien los ojos porque estamos en el segmento de entretenimiento. Ya sé que le gusta el plástico, y por ende la presentadora lo tendrá concentrado con su escote durante 15 minutos. Verá ahora a las esposas y novias de los 23 jugadores que están en el mundial. Unas hermosuras ¿no? Eso no es todo, deslúmbrese con las garotas brasileñas que bailan a ritmo de samba. Lo lamento, amigo; todo ha terminado. ¿Se siente vacío? ¿Llegó a pensar que la presentadora se despedía de usted? Tranquilo, nos pasa a todos. No obstante, le tengo una propuesta. Levántese, estire un poco su cuerpo y límpiese los ojos. ¡Aguarde! No se le olvide las gafas de miope. 

Hemos salido. Ya no está en su cómodo sillón. Demos vuelta en la esquina, ¿logra escuchar Cariñito de Rodolfo Aicardi? Suena en la casa de don Fernando. ¡Qué cumbia tan sabrosa! No, no celebran nada. Don Fernando es un señor muy peculiar. Él vive ahogado en deudas, y su casa ya ha sido hipotecada; pero cada domingo pone música bailable -como él dice-, para alegrar el alma. Acerquémonos a él.

-Don Fernando, ¿cómo está?

-Pues bien, mijo. Tratando de salir adelante, con la ayuda de Dios y musiquita de aquéllos años.

Él sí es un Colombiano. Siempre muestra una sonrisa, y responde con frases esperanzadoras. No se me extrañe, amigo. Subamos hasta la otra cuadra. ¡Vamos! No se me desanime. ¿Si ve a ésa linda mujer? Es Yolandita. Tiene 22 años y dos hijas, muy bellas ellas. Es madre cabeza de hogar. Trabaja en casas de familia por sus dos chiquitas. Algo muy hermoso, jamás se le ve triste; siempre sonríe. A ella le gusta la música de Octavio Mesa. 

Hemos llegado. Por favor, quítese las gafas de miope y recuerde a don Fernando y a Yolandita. Le presentaré a doña Sandra. Es una mujer encantadora. Ella vive en una habitación, tiene 64 años, no tiene hijos y es feliz. No cursó estudios y con dificultad se sabe firmar. A ella la desplazaron de su resguardo, y se vio obligada a "aprender" español. Ya no habla quechua, ni le rinde tributos a sus Dioses.

¿Qué pasó? ¿Por qué se le borró la sonrisa? No se me achante, hombre. Le tengo la solución: póngase nuevamente sus gafas de miope, regrese a su casa. Acomódese en su sillón, encienda la televisión, aguante la media hora de noticias aburridoras y vuela a ver sus deportes, seguido de la chorreada de babas por la presentadora de entretenimiento. Y ánimo, ¡esta semana juega Colombia! Seguro que con esta terapia usted olvidará los rostros de tristeza que se ocultan tras una sonrisa falsa y un conformismo eterno.


Escrito por

Camilo Peláez

Universitario. Poco que decir, mucho que escuchar. Contacto: pelaez.camilo96@gmail.com


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Letras para corregir.

Y nadie dijo que las letras fueran buenas.