#ElPerúQueQueremos

aLBERT mONTT. cARICATURISTA. 

Un perro me dijo.

Por: Camilo Peláez.

No apto para animalistas. 

Publicado: 2014-07-07

(NO APTO PARA ANIMALISTAS.)

Caminaba por las calles de mi ciudad cuando de repente el ladrido de un  Schanuzer me sacó de mis pensamientos mediante un susto. Me quedé mirándolo, y sus feroces facciones -más allá de intimidarme-, hicieron surgir en mí una pregunta: ¿Qué tal que los perros pensaran y pudiéramos descifrar ese grito de apariencia absurda como es el ladrido? 

Llegué a mi casa, y entre el calor y la pereza de la tarde me fui quedando dormido. No dormí más de dos horas, pero la noche ya despuntaba sobre el horizonte. Risa me dio cuando recordé el sueño que había tenido. Soñé con aquél Schanuzer con el que me había encontrado horas antes, pero esta vez no ladraba ni me miraba ferozmente; ahora podía entender ese ruido ininteligible y sus facciones eran más nobles.

De entrada me dijo que se llamaba Mateo y que detestaba ese nombre. No le gustaban los sobrados, aunque le agradaba mucho el Dog Chow en lata. (Quise hablar pero un pequeño intento de ladrido me lo impidió, así que seguí escuchándolo). No te estoy hablando para que te entretengas, te hablo porque hay un dilema que me aqueja hace mucho tiempo... -Dijo.

Estaba echado en el mueble con uno de mis dueños cuando vi en la televisión que los perros veníamos de los lobos, y  con el paso de los años ustedes fueron haciendo modificaciones genéticas con nosotros con el fin de variar tanto nuestro aspecto físico, como nuestros comportamientos. Seguí viendo cómo se comportaban nuestros antepasados y noté que ellos también gustan de morder a diestra y siniestra como yo. Sin embargo, me percaté que a ellos no les pegan con un periódico mojado por hacerlo, cosa que sí hacen conmigo. En ése programa fueron a propagandas y aproveché para irme a mi cojín. 

Estando en mi cojín me acurruqué y un sentimiento de tristeza me invadió. ¿Por qué yo no podía ser igual de libre al lobo? ¿En qué momento me perdí y terminé encerrado en una casa, limitado a salir cada vez que mis amos lo decidan? 

-¿Me estás preguntando? -Dije, con un poco de duda.

-Por supuesto. -Dijo.

-Pienso que no eres igual de libre al lobo porque te has permitido no serlo. En el momento en que aceptas todos las comodidades que los humanos te brindamos dejas de serlo. Esto crea unos límites. Nosotros te damos todo a cambio de la incondicional fidelidad que hace tan característicos a los perros -Tomé un poco de aire y seguí-. Además, ¿de qué te angustias? Has perdido la libertad, pero no te preocupas por subsistir, todo te lo damos nosotros. Tú no sabes qué es pasar una noche en la fría soledad de la calle... Te has vuelto humano.

-¿Qué puedo hacer? La verdad, no conozco otra forma de vida. Es cierto, detesto que me alcen del suelo y me abrecen; que me tomen fotos y me pongan adornos, pero es lo que hago para que ellos sea felices. 

-No sé qué puedes hacer. Has adoptado la forma de ser de nosotros, insisto. Sabes que todo es una oferta y una demanda, que si toleras unas cosas es porque vas a recibir otras...

-¡Pero no lo quiero seguir haciendo! Luego de ver cómo es mi naturaleza, tanto confort que ustedes me brindan me resulta condicionante. No obstante, hay algo que no entiendo, ¿por qué decidieron domesticar a los animales, que por naturaleza sobrevivimos y no necesitamos de tantas comodidades para vivir?

-(...) Es triste, pero lo hemos hecho porque nos cuesta preocuparnos por nuestra misma especie. Dudamos mucho de nuestro prójimo y lo creemos traidor. Sin embargo, hemos visto en los animales aquéllo que no tiene juicio o criterio. No discutimos con ustedes, sólo les damos las comodidades y sabemos que jamás nos van a traicionar, diferente al hombre que, dándole lo que le den siempre está ese sentimiento de traición. Y esto ha llegado tan lejos, que preferimos ayudar a un animal y defender sus derechos, antes que preocuparnos por los de los humanos...

Fue en ese momento en que me desperté de una manera brusca, como no queriendo escuchar lo que Mateo me diría. Sabía que los animales no tienen culpa en que nosotros los humanos nos preocupemos más por ellos que por nosotros mismos. Y por eso, a fuerza de orgullo y soberbia, el sueño terminó. Sé que jamás un perro me hablará, pero me queda la ilusión que si lo hiciera me diría lo mismo que Mateo, y que la culpa es más del hombre que de los animales, porque a fin de cuentas somos nosotros los del juicio y el criterio quienes hemos decidido a quien brindar todas las comodidades que el raciocinio humano permite.  


Escrito por

Camilo Peláez

Universitario. Poco que decir, mucho que escuchar. Contacto: pelaez.camilo96@gmail.com


Publicado en

Letras para corregir.

Y nadie dijo que las letras fueran buenas.